Cuando empiezas una carrera como enfermería tienes que tener
claro que tu vida ya nunca más va a ser la misma, dejas atrás el pensar en ti
mismo únicamente para empezar a preocuparte más por el resto de personas. Y es
que trabajamos con personas que durante su estancia en el hospital se
encuentran débiles y asustadas, y necesitan que estés ahí con ellos, que les
cuides, que les atiendas y les tiendas la mano en todo momento.
Esto es lo que he aprendido
durante estas prácticas, a prácticamente olvidarme de mi misma y vivir
para mis pacientes, que cuando te pones tu pijama blanco no sólo hay que colgar
tu ropa de calle, sino tus problemas externos, hemos elegido una profesión en
la que se necesita en cada acción el 100% de nuestra atención, no podemos permitirnos
el distraernos, no podemos permitirnos pagar nuestras frustraciones con
nuestros pacientes, pues ellos no tienen la culpa de nada y ya tienen bastante
con tener que estar en el hospital, lejos de su casa y a veces de su familia.
Aprendí que una caricia, una
mirada, una sonrisa o simplemente una palabra a veces son el mejor analgésico
que existe.
En estas semanas tuve una
paciente ingresada durante mucho tiempo, tenía cálculos biliares y había que
realizarle una CPRE, la paciente estaba magnífica, era agradable, era permisiva
y nunca cuestionaba tu trabajo, la describiría como una paciente modelo, por lo
que fuese conectamos muchísimo y siempre mantuvimos una muy buena relación. Al
realizarle la CPRE la perforaron y pasó de ser una persona alegre y con ganas
de vivir a una criatura indefensa, melancólica y con miedo. Nos desvivimos por
ella, por intentar que no tuviese dolor, que no pensase en cosas negativas,
pues ella decía que se iba a morir. Procuré siempre que no pensase en
cosas malas, que todo iba a salir bien, la atendí lo mejor que pude, con
palabras amables, apretones de mano, paños de agua fresca, lo que fuese para
hacerla sentir mejor; pero fue a peor y un Lunes volví y ella ya no estaba, me
asusté y pregunté por ella, estaba en la REA, por la mañana las hojas de la
paciente subieron a buscarme, a darme las gracias por lo bien que me había
portado, que daba gusto ver a alguien tan joven y con tantas ganas de todo; me
dijeron que su madre preguntó por m, por la enfermera de la coleta larga y
morena, sentí que era mi responsabilidad bajar a verla a animarla a decirle que
todo iba a salir bien, que estaba en manos de los mejores enfermeros, que
aunque yo ya no estuviese para dedicarle una sonrisa o una caricia siempre
habrían otros.
No soy capaz de describir lo
que sentí cuando entré a verla, su mirada se iluminó de alegría, me acerqué a
ella y me cogió la mano fuerte, me sonrió, tan tiernamente que tuve ganas
incluso de llorar, me dio mil gracias por todo el tiempo que había cuidado de
ella, por bajar a verla…
Esto es para mí la Enfermería,
simplemente. Y doy gracias a todos los que nos animan a seguir día día, padres
y profesores.
Pues hoy, estoy más segura que
nunca que he elegido la mejor profesión del mundo.
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